Las procesiones en la eucaristía forman parte de la liturgia

Javier Sánchez explica esta semana en "Vivir la liturgia" las distintas procesiones que hay en una misa

La liturgia es también movimiento, y por tanto, dentro de ella, la procesión. Siempre somos un pueblo en marcha, peregrino, hacia Dios: “La Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios» anunciando la cruz del Señor hasta que venga” (LG 8).

En procesión caminan los ministros al altar, precedidos por el incensario, la cruz y los cirios y el Evangeliario, señalando la meta: el altar, el encuentro con Dios, la dimensión peregrina de la Iglesia. Igual procesión –siempre que se pueda- es la que todos realizan al inicio de la Vigilia pascual, entrando en el templo por el pasillo central, ya con las velas encendidas en las manos, precedidos del cirio pascual, como columna de fuego que guía en la noche.

Procesión llena de solemnidad es aquella en que mientras se canta el Aleluya, el diácono porta el Evangeliario hasta el ambón acompañado de cirios e incienso, disponiendo así a todos a escuchar al Señor mismo por su Evangelio.

Con cierto orden, no hay por qué temer el movimiento en la liturgia por el valor simbólico que tiene.

A los fieles les compete más directamente, en primer lugar, la procesión de ofrendas. Al altar se lleva el pan y el vino, aportando cuantas patenas, cálices y vino y agua sean necesarios. Esa ofrenda del pan y del vino  concentra toda la creación y a todos los oferentes (cf. Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, n. 47); además, se pueden aportar dones reales para la iglesia o los pobres; son llevados en procesión, uno tras otro, mientras se entona un canto o suena el órgano. Es una noble sencillez, una procesión solemne.

Hay otra procesión, tradicional, en la que participan todos los fieles, es la procesión de la comunión, caminando ordenadamente, con recogimiento.

Ya san Juan Crisóstomo tenía que amonestar a sus fieles para que fuesen ordenadamente en procesión, sin atropellarse. Decía:

“Cuando vosotros os acercáis a la sagrada mesa, no guardáis el respeto debido…: golpeáis con los pies, os impacientáis, gritáis, os injuriáis el uno al otro, empujáis a vuestros vecinos; en suma, armáis un gran desorden… En el circo, bajo el mandato del heraldo, está en vigor una disciplina mucho mayor. Si, por tanto, se observa un orden en medio de las pompas del demonio, cuánto más debiera existir junto a Cristo” (Hom. in bapt. Chr., 4 (PG 49,370)).

Con idéntico recogimiento, vuelve cada cual a su lugar después de comulgar.

 

¿Sabías que lo más importante para cantar son los diálogos entre el sacerdote y los fieles?

A la hora de seleccionar qué cantar, “se comenzará por aquellas que por su naturaleza son de mayor importancia; en primer lugar, por aquellas que deben cantar el sacerdote o los ministros con respuestas del pueblo; o el sacerdote junto con el pueblo; se añadirán después, poco a poco, las que son propias sólo del pueblo o sólo del grupo de cantores” (Inst. Musicam sacram, n. 7).

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