La Infancia Misionera, pionera y única

La Infancia Misionera es una obra realmente pionera en la atención de la infancia. Desde su creación en 1843, pasó mucho tiempo –nada menos que 80 años- para que otra institución, en este caso la Sociedad de Naciones –predecesora de la actual Naciones Unidas- se acordara de los peligros y males que acechan a la infancia y aprobara el 26 de diciembre de 1924 la pri-mera declaración de derechos del niño –la Declaración de Ginebra-.

Y hubo que esperar algo más, fueron necesarios más de 100 años, para que se creara el Fondo de Naciones Unidas (UNICEF). Y aún así, no se ha logrado alcanzar, ni tan siquiera copiar, el gran “milagro” de la Infancia Misionera, su esencia, su preciado fruto: que los propios niños se conviertan en los protagonistas de la tarea misionera y desarrollen un papel activo a favor de sus hermanos que se encuentran desamparados y abandonados a su suerte.

No se recurre a adultos ni a personas famosas; es el propio niño quien quiere hacer saber a su “otro yo”, que no le conoce, que Dios no le ha olvidado; que alguien, tan pequeño como él, ha visto en su rostro el sufrimiento de Jesús. Éste es el gran mérito de la Infancia Misionera: darles a los niños un papel protagonista y activo en el servicio misionero, es algo que surge en el interior del propio niño y que acaba contagiando de espíritu misionero a su propia familia, a sus amigos, a la escuela, a la parroquia… creando una auténtica red de solidaridad con todos los niños del mundo.
A. Evans

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