“En Lourdes descubrí la fuerza liberadora de la confesión”

Emilio Francisco es un joven militar cordobés que ha peregrinado dos veces al Santuario de Lourdes. Allí ha experimentado la paz y el amor de la Virgen hasta comprender su enfermedad y acogerla

 

Este es el retrato de un cristiano en continua conversión que sueña con la erradicación de la pobreza. Su futuro está en manos de Dios, mientras dedica la vida a pregonar el amor fraterno que a él lo ha transformado, porque “la paz es el milagro más hermoso”. En esta entrevista desvela el significado de su enfermedad a la luz de la fe

 

Antes de visitar el Santuario ¿cuál era su relación con la Virgen María?

Sinceramente, la propia de un niño que ha nacido en un ambiente cofrade y mariano. Desde niño no solo la fe se me inculcó por parte de mi familia, sino también una relación estrecha con la Virgen María.   Pero a lo largo de mi vida ha sido eso: una relación de protocolo que se reducía al rezo del Rosario pero sin una vivencia relevante con la Virgen. La Virgen estaba cercana en mi vida por educación, incluso por necesidad, pero nada más.

¿Cómo fue su primer viaje al Santuario de Lourdes?

Aquella primera peregrinación fue sorpresiva, porque no la esperaba ni sabía de peregrinaciones al Santuario. No iba psicológicamente bien. El diagnóstico de la Esclerosis Múltiple y sus secuelas que aparecieron muy rápidamente me destrozaron interiormente. Un miedo terrible rodeaba mi vida e incluso, contra natura, quería luchar contra Dios. Me sentía solo, vi mi futuro en un total abandono en el sentido literal de la palabra.

La primera noche en el Santuario se me paralizó la parte izquierda y eso hizo que me enfadara aún más, que me sintiera más inútil y desamparado. No era consciente de que sería la primera lección que recibiría de manos de la Virgen. Necesité del cuidado de mis compañeros para todo y en todo. Ellos no me abandonaron ni sintieron esa compasión que mal practicada es hiriente. Se hicieron uno conmigo. En aquella primera peregrinación descubrí que no estaba solo: ni por parte de Dios ni por parte de quienes estaban más cerca de mí.

En el segundo, su enfermedad lo mantenía débil psicológicamente. ¿Qué significó entonces esta nueva peregrinación?

Padecer una enfermedad incurable y degenerativa estigmatiza siempre aunque uno lo intente llevar con solera, sin arrastrar la cruz. Pero es difícil. Se necesita de algo “sobrenatural”. Pasaron 10 años para volver a encontrarme con la Señora y, aunque iba más “duro”, más acostumbrado, volvía experimentar el compañerismo, solidaridad y buen hacer de la Guardia Civil con quienes iba integrado. Significó también un reto: soportar largas once horas de viaje que antes me parecían imposible. Pero como la primera vez, detrás de todo experimentaba la mano de la Virgen: aquella figura cercana o lejana en mi vida la sentía muy dentro, muy “aquí y ahora”. Vi milagros, vi evangelio puro.

¿Qué le han aportado sus compañeros militares en este renacimiento espiritual?

Sin ellos esto hubiera sido imposible. No solo me aportaron los valores castrenses propios de nuestra vocación, sino una generosidad y disponibilidad impagable por mi parte.

Al apoyar a los capellanes castrenses en su pastoral he vivido como la fe del militar es profunda, sencilla y a la misma vez grandiosamente natural, sin adornos ni artificios superfluos, que sobran. Creo que esto lo hace la tradición castrense y las circunstancias especiales de nuestra preparación y de nuestro día a día.

Ellos no actuaron solo como compañeros: fueron amigos, hermanos.

¿Qué significado tiene desde su peregrinación al Santuario de Lourdes para usted el sacramento de la confesión?

Tal vez sea esa la segunda “gracia” que me concedió la Virgen en la gruta: descubrir no solo lo que había de malo en mi interior y que estaba oculto, como a la sombra, sino también como una fuerza liberadora en la que uno acude al Sacramento no como a un juicio sino al encuentro del Padre de la parábola. No olvidaré ese momento en la gruta en la que se me desmoronó todos mis esquemas religiosos, morales y personales.

Usted dice: “la Paz es el milagro más hermoso” ¿a qué se refiere?

Los militares estamos para hacer la paz y no ir contra ella. Que 15000 militares del mundo entero, durante 61 años desde la Segunda Guerra Mundial, no reunamos para rezar y comprometernos por la Paz es un milagro. Que dejen de verse “enemigos” o “contrarios” sino hermanos únicamente separados por el idioma es un milagro. Y que el nexo común entre todos sea el afecto y el Rosario es otro milagro. En Lourdes no hicieron falta las palabras. La mirada lo decía todo. La Virgen quiere regalarnos el don de la Paz precisamente a través de sus hijos militares.

 

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