Conoce a los dos nuevos presbíteros de la Diócesis

José Miguel Bracero Carretero, natural de Palma del Río, y Francisco Antonio López López, natural de Lucena, serán desde el sábado 23 los nuevos presbíteros de la diócesis de Córdoba. Formados en el Seminario Mayor “San Pelagio” y el Seminario Misionero “Redemptoris Mater”, ambos se han preparado para recibir uno de los sacramentos de la Iglesia Católica más especiales, el sacramento del orden, lo que le exige dedicación plena y libre disposición para servir a la Iglesia.

Tanto José Miguel como Francisco Antonio han recibido la llamada de Dios y tras haber discernido su vocación a la vida sacerdotal, han sido considerados idóneos para el ministerio pastoral correspondiente. Como manifiesta el obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández, en su carta pastoral, es en este momento cuando tenemos más que nunca presente el Salmo 125: “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. La Diócesis mira al Seminario como el corazón de ella, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Más aún, cuando en este lugar existe una comunidad viva, cargada de jóvenes y de formadores para ayudarles en su proceso de discernimiento, maduración y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres. Proceso que tras años de formación, alcanza su plenitud con la ordenación sacerdotal. José Miguel Bracero y Francisco Antonio López han culminado esta etapa formativa para empezar una nueva, para ser sacerdotes de Cristo y de su Iglesia. “Estamos felices, con muchas ganas de empezar esta nueva etapa y de poder seguir sirviendo a la Iglesia”, aseguran. Sus vidas han cambiado.

Curiosamente, en el caso de José Miguel, ha pasado de ser especialista en comercio internacional a sacerdote. “Recuerdo que mi vida era la de un joven con estudios universitarios, con un trabajo centrado en comercio exterior y con una vida feliz, de la que hoy doy gracias a Dios”, cuenta. Y añade que aunque varias veces sintió pequeñas llamadas del Señor, fue a través de una experiencia de voluntariado en Jordania donde se dio cuenta la labor de un párroco, de una persona entregada a las almas de los demás. “Tuve que ir lejos para darme cuenta de esto y me marcó tanto que no dije que sí al Señor, pero tampoco me negué a su llamada. Tanto así que dejé el trabajo, empecé un máster en cooperación en Madrid y me fui de prácticas a Etiopía para vivir la extrema pobreza de aquellas personas en primera persona. Vi un mundo tan diferente que me movió por completo y me empujó a entregarme de lleno al Señor”. Reconoce que “el Señor no tiene un método concreto para llamar a cada uno”.

En cambio, Francisco Antonio no necesitó nada más que una peregrinación a Fátima para darse cuenta que su vida no era para vivirla sólo él de manera “egoísta”, sino que tenía que seguir al Señor e ingresar en el Seminario. “Estaba estudiando en Sevilla arquitectura, centrado en el deporte y en mi familia, lo cual me ayudó a ver que Dios existe y se hacía presente en el amor entre mis padres, mis hermanos, mi comunidad neocatecumenal, mi parroquia, etc. pero sentí un proceso que Dios estaba haciendo en mí y que me quedó claro cuando viví una peregrinación a Fátima. Desde entonces, dejé arquitectura e ingresé a formarme como sacerdote. Además, durante los dos años que estuve en Jordania pude vivir en la intimidad con el Señor”.

Tras años de preparación, llega a sus vidas una nueva etapa. Un ministerio confiado para servir a Cristo y a su Iglesia. “El Señor nos llama a algo grande y eso supone esfuerzo de entrega y fidelidad”, resalta José Miguel. También, supone vivir el ministerio con alegría, “dejándonos resistir tanto a lo que Dios quiere de nosotros” y asumiendo que “claramente es Dios quien lleva la vida de cada uno”, comenta Francisco Antonio. Y con estas expectativas, cuando le preguntamos por su destino, ambos coinciden en que están preparados para el lugar que se les encomienden. “Me atrae saber que voy a vivir entregándome a Dios y a las almas”, dice José Miguel, sin dejar nunca la oración que es el motor que mueve lo demás; y a la vez Francisco Antonio confía en que “verdaderamente pueda vivir en la gracia de Él”.

A partir de ahora sus vidas cambiarán radicalmente. “En mi nuevo destino me gustaría estar muy pendiente de los pequeños detalles, de esas pequeñas almas que pasan desapercibidas, de aquellas personas que están más apartadas o que no han conocido al Señor pero tienen esa inquietud. Estoy convencido de que el hombre busca a Dios necesariamente”, explica José Miguel. Por su parte, Francisco Antonio asegura que lo que más le llama la atención en este momento es poder ser un sacerdote cristiano, “no reducirme a una serie de cosas, sino poder vivir la vida en comunidad y para la comunidad”.

Los dos futuros sacerdotes están convencidos de que el Señor tiene algo muy bueno que ofrecerle y aunque tienen edades muy dispares, José Miguel  48 años y Francisco Antonio 27 años, ambos tienen claro que son “sagrarios andantes por el mundo”. Y que con la confianza puesta en Él, llegarán a alcanzar su gracia y un ministerio pleno.

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