Un solo Dios en Tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo

Celebramos este domingo la fiesta de Dios. Quién es y cómo es Dios. El pensamiento humano ha buscado una respuesta a estos interrogantes a lo largo de casi toda la historia. Digo “casi”, porque en los dos últimos siglos se pretende zanjar la cuestión diciendo “yo soy ateo” “yo soy agnóstico”. Es decir, yo no me planteo la cuestión de Dios, o, una vez planteada, he concluido que Dios no existe (ateísmo) o he concluido que, si existe, yo no puedo conocerlo (agnosticismo).

Considero que la cuestión de Dios sigue presente en el corazón de toda persona humana, porque es una cuestión que se refiere no sólo a él, sino a mí mismo. Si Dios existe, qué relación tengo con él. Y si no existe, qué sentido tiene mi vida sin Dios. En muchas ocasiones el recurso al ateísmo manifiesta una conclusión como de derrota, o el recurso al agnosticismo manifiesta una conclusión como de pereza, como de no seguir investigando. Sin embargo, para unos y para otros, e incluso para los creyentes, la pregunta sobre Dios permanece constantemente. Dios sigue interpelando mi vida, y la interpela al nivel más profundo. No es una cuestión superficial, sino algo muy hondo del corazón humano.

Pues bien. Al acoger a Jesús de Nazaret en nuestra vida, él afronta esta pregunta y nos responde: Dios es mi Padre, vosotros sois hijos de Dios, vosotros con toda la humanidad somos hijos de Dios. El fundamento de la fraternidad universal que todos aceptamos tiene a Dios como Padre. No es un sentimiento de solidaridad anónima, no. Somos hermanos, porque tenemos el mismo padre, tenemos como Padre a Dios.

Dios ha salido al encuentro del hombre que le busca. Y por eso hay distintas experiencias religiosas en la historia de la humanidad, y todas tienen muchos elementos de verdad. No todo es falso en tales experiencias religiosas. Pero hay una línea continua que comienza con el Dios de Abrahám, Isaac y Jacob. El Dios de nuestros padres en el Antiguo Testamento, que llega a su plenitud en Jesús de Nazaret, el Hijo hecho carne, hecho hombre como nosotros, nacido de María virgen. Jesús nos abre su corazón, su intimidad, y nos comunica que Dios es su Padre, que él mismo es Dios-Hijo y que nos enviará el Espíritu Santo, Dios como el Padre y el Hijo, para que nos acompañe siempre a lo largo de nuestra vida. Se nos ha revelado este misterio para que lo disfrutemos.

Ese Dios que el corazón humano busca no sólo es resultado de la investigación racional de los filósofos, sino que es un Dios personal, más aún un Dios en tres personas. Ese encuentro entre la búsqueda humana y la revelación de Dios produce un asombro grandioso, es el mayor descubrimiento que toda persona está llamada a realizar en su propia historia personal. Dios existe, Dios me conoce y me ama, Dios me busca mucho antes de que yo me haya puesto a buscarle. Dios está preocupado por mi felicidad. Más aún, Dios me conoce, me ama y me perdona. A partir de esa experiencia, el trato con Dios no es algo fatigoso, que a muchos les lleva al ateísmo o al agnosticismo. El trato con Dios, por el contrario, es algo gozoso. Es lo más gozoso que toda persona humana puede experimentar en su vida: la cercanía de Dios, la familiaridad de Dios con cada uno de nosotros. La familiaridad de las Tres Personas divinas, que entablan relaciones de amor con cada uno de nosotros.

Dios se nos ha revelado en Jesucristo como Dios amor, Dios que me ama, Dios que busca mi felicidad presente y eterna. En este día de la Santísima Trinidad, la Iglesia tiene muy presentes a los contemplativos, monjes y monjas. Este año con el lema: “La vida contemplativa. Corazón orante y misionero”. Son miles y miles de hombres y mujeres en toda la Iglesia, que han sentido el atractivo irresistible de Dios, se han dejado fascinar por su presencia y han entregado su vida entera para orar, con la misión de recordarnos a todos esa presencia de Dios que todo lo llena y con la misión de interceder por todos nosotros, por las necesidades del mundo. Es el día en que la Iglesia ora por los que oran, no los olvidemos. Es el Día pro Orantibus.

 

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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