Seis nuevos presbíteros

“El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres”, canta el salmo 125. Alegres y con cánticos celebremos este gran acontecimiento de nuestra diócesis de Córdoba. El Señor nos concede seis nuevos presbíteros, seis nuevos sacerdotes para nuestra diócesis. Demos gracias a Dios.

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Por todos los lugares que recorro de la Diócesis escucho continuamente esta petición: mándenos otro sacerdote más. Porque la mies es abundante y los obreros pocos. Es un gran alivio recibir esta hornada de seis nuevos curas para tantas necesidades de nuestra diócesis y de la Iglesia universal.

La acción misionera y evangelizadora de la Iglesia no recae exclusivamente sobre los sacerdotes. Todos los miembros del pueblo de Dios tienen su protagonismo, todos deben asumir la misión de la Iglesia –anunciar a Jesucristo con obras y palabras-, cada uno desde la vocación que ha recibido. Son necesarios los seglares, que con su vivencia del misterio cristiano sirven de fermento en el mundo para transformarlo desde dentro. Son necesarios los consagrados que en la vivencia de los consejos evangélicos, tiran de todo el pueblo cristiano hacia arriba, hacia el Reino de Cristo, hacia la santidad. Y son necesarios los pastores, que acompañan con dedicación el rebaño confiado, sirviendo los sacramentos en nombre de Cristo cabeza para edificación de todo el cuerpo. Somos necesarios todos, como humildes trabajadores en la viña del Señor. El Dueño de la viña nos llama a todos para trabajar en su viña, y cada uno ha de responder poniendo al servicio de Dios y de los demás aquellos dones recibidos.

En la constitución y funcionamiento de la Iglesia, Jesucristo ha constituido a los pastores como columna y fundamento de este gran edificio en el que todos somos piedras que contribuyen a su edificación. Sin sacerdote, no habría Iglesia. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18) se refiere no sólo a Pedro, sino a todos los que reciben el sacramento del Orden.

El sacerdote es ministro de los sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, por la que el pueblo santo se alimenta con el Cuerpo y la Sangre del Señor. Que no nos falten nunca sacerdotes que nos traigan a Jesús al altar, para que El cumpla su promesa de estar con nosotros todos los días hasta el final de la historia. El sacerdote es ministro de la Palabra, que la escucha y la guarda como María en su corazón, para anunciarla con la autoridad de Cristo. Que no falten sacerdotes que nos proclamen la verdad de Dios sobre la persona, sobre la familia, sobre la justicia y sean siempre promotores de paz. Que no nos falte nunca ese anuncio profético de la Palabra que escuece porque sana las heridas, que no nos falte la Palabra que llena de esperanza nuestro corazón al escucharla. El sacerdote es ministro de Cristo buen pastor, que da la vida y que la gasta por su rebaño. El pastor ha de ir delante del rebaño, para mostrar el camino que es Cristo. Ha de ir entre el rebaño, por ser él también discípulo del único Maestro. Y ha de ir detrás del rebaño para animar a los rezagados a que se integren en la unidad del rebaño.

El sacerdote ha entregado a Dios su corazón y su vida en el celibato por el Reino de los cielos, para vivir la castidad perfecta anunciando a sus hermanos que Cristo es el Esposo de nuestras almas, es el Amor de nuestras vidas. El sacerdote no renuncia a una familia propia por desprecio de esta preciosa realidad, sino para anunciarnos que hay otra familia más grande, la familia de los hijos de Dios, a la que el sacerdote se entrega en cuerpo y alma, en plena dedicación, para que otros tengan vida abundante. Orad por vuestros sacerdotes que se entregan generosamente, olvidándose de sí mismos. Que las dificultades de la vida no los abatan ni los derriben. Que mantengan siempre encendida la lámpara de la esperanza. Cuando un sacerdote cae, otros muchos fieles caen con él. Cuando un sacerdote se mantiene firme en la brecha, muchísimos otros encuentran fortaleza en la lucha de la vida. Miremos a tantos sacerdotes que se han mantenido firmes en su compromiso ante Dios y ante los hombres, y oremos por estos nuevos sacerdotes que comienzan su ministerio para que sean savia nueva que rejuvenece el tronco de la Iglesia. Que nunca les falte a ellos la linfa vital de la gracia para que no se sequen sus hojas y den mucho fruto a su tiempo.

 

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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