La revolución del amor es subversiva

En el evangelio de este domingo, Jesús vuelve a rompernos los esquemas humanos con los que tantas veces funcionamos. Además de poner en el centro de su mensaje la Cruz redentora –ahora con el segundo anuncio de la pasión-, nos da toda una lección sobre el servicio y la humildad. Contrasta fuertemente lo que Jesús va comunicando, el secreto de su corazón, con lo que sus discípulos van maquinando en la discusión por el camino.

Jesús habla de sus amores: la entrega hasta la muerte en cruz para redimir a todos los hombres. “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará”. Cuando llega la última cena, en la víspera de su pasión, dirá: “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer” (Lc 22,15). Jesús va como una flecha a su entrega de amor, para hacer de su esposa la Iglesia una nueva humanidad. No le asustan los padecimientos, porque le mueve un corazón enamorado.

Los discípulos, sin embargo, están a su bola. Están pensando quién será el más importante, y les molesta cualquier movimiento en esta dirección, como el que realizaron los hijos de Zebedeo, pidiendo los dos primeros puestos en el reino. Cuando Jesús les pregunta de qué discutíais por el camino, no le responden, les da vergüenza. Todos se sentían movidos por este interés, que genera rivalidad entre ellos y que contrasta fuertemente con los sentimientos del corazón de Cristo.

Lo primero que percibe uno al leer esta página es la paciencia de Jesús. No sólo en este momento, sino en muchos otros, Jesús enseña pacientemente, repite sus enseñanzas, no se asusta de las reacciones, persevera constantemente en la propuesta de su amor, incluso para quien la rechaza. Jesús quiere llevarnos a la plenitud, y por él no quedará. Por eso, acudir a él es siempre una novedad. No vamos a encontrar en nadie tanta paciencia y tanta mansedumbre, virtudes tan apreciadas en una sociedad tan acelerada como la nuestra. No vamos a encontrar en nadie más esa capacidad de hacernos nuevos por el don de su misericordia inagotable. Él nos da su Espíritu santo, que lo transforma todo.

Pero además, Jesús marca la pauta: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Esta es la revolución del amor de Cristo, que pone patas arriba los criterios y los esquemas del mundo. Y esta revolución es subversiva, porque coloca en el primer puesto al que más ama, al que más sirve, al que por amor vive la humildad de no sentirse nadie importante. El primer puesto es para el que más sirve y el que se considera el último de todos. La aspiración del que sigue a Jesús no es el tener, ni el prestigio, ni el poder. La aspiración del cristiano es la de amar, la de servir, la de ponerse a disposición de todos.

Por el contrario, las luchas y los conflictos entre nosotros surgen del deseo de placer y de tener, nos recuerda la lectura de Santiago. La codicia o avaricia, la lujuria y todos los pecados capitales brotan del desorden del amor en un corazón del que Dios está ausente. En cambio, la sabiduría que viene de arriba es pura, amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera.

Jesús concluye poniéndonos delante de los ojos a un niño. En el evangelio, ese niño es símbolo de inocencia, de humildad, de confianza, de esperanza, de buen corazón. Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Jesús quiere hacernos nuevos, devolvernos la inocencia perdida, llevarnos a la santidad plena. El camino no será el de la prepotencia o la rivalidad para llegar a ser más, sino el de la humildad y el servicio al estilo del amor de Jesucristo.

 

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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