Estad siempre alegres en el Señor

El tercer domingo de adviento es el domingo de la alegría cristiana. La liturgia de este día comienza con estas palabras: “Estad siempre alegres en el Señor…” (Flp 4,4). No se trata de una alegría externa, bullanguera, que viene de fuera. Sino de una alegría que viene de dentro y sale hacia afuera, una alegría serena, llena de paz. Es una alegría que viene de Dios, no de lo que uno come y bebe.

La razón de esta alegría es porque el Señor está con nosotros, está entre nosotros, está cerca. “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”, nos dice Sta. Teresa. Cuando uno lo tiene todo, y no tiene a Dios, está hueco y vacío. Cuando tiene a Dios, aunque le falte lo demás, tiene lo principal. Hemos sido hechos para disfrutar de Dios, ya en este mundo y esperamos disfrutar de él para toda la eternidad. Esta es la fuente de la verdadera alegría.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren” por cualquier causa. Recibiendo esta alegría de Dios, somos enviados a repartirla en nuestro entorno. El Evangelio es una buena noticia. Los ángeles llenarán de alegría el mundo, anunciando el nacimiento de Jesús. María proclama esta alegría, que brota de tener a Dios en su corazón y en su vientre.

Nuestro mundo necesita esta alegría, lo ha conseguido casi todo, pero le falta alegría. El hombre contemporáneo está orgulloso de sus avances y de sus logros, pero tiene que “comprar” la alegría, porque no la tiene. Esa alegría no le vendrá nunca de fuera, le viene de Dios.

El Papa Francisco transmite esa alegría en sus continuos anuncios del Evangelio. Su carta programática se titula “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium): “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y el resultado de los Sínodos sobre la familia nos lo ofrece con el título “La alegría del amor” (Amoris laetitia): “La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”.

Nuestra sociedad está harta de palabras y promesas que no se cumplen. Está pidiendo a gritos el testimonio de una vida en la que se cumpla esta alegría que viene de Dios. Es la alegría de los santos, que con muy poco han hecho obras grandes. Y es el testimonio de tantas gentes sencillas, que viven la alegría cotidiana de confiar en Dios, en medio de las dificultades que surgen cada día.

Llegamos a la Navidad, “fiesta de gozo y salvación” y pedimos al Señor poder celebrarla “con alegría desbordante” (oración colecta). Las fiestas de Navidad están llenas de alegría para todos. A muchos no les llega la razón profunda de esa alegría, se quedan con lo exterior. Corresponde a los cristianos, que conocen el motivo de la alegría de estos días, ser testigos de una alegría que no cuesta dinero ni se compra con dinero, la alegría de Dios que viene a salvarnos. La alegría de hacer el bien a los demás gratuitamente, la alegría de gastarse para aliviar a los demás en el camino de su vida.

Quien conecta con el misterio de estos días, sale renovado de las fiestas de Navidad, porque el corazón se le llena de esperanza, de ganas de vivir. Quien, por el contrario, se queda solo con lo externo, la Navidad le generará resaca y tristeza, con la fatiga de haber ido de un sitio para otro sin saber por qué.

Tiempo de Navidad, tiempo de alegría, tiempo de conversión. Volvamos a Dios, y él llenará nuestro corazón de una alegría gratuita, por la que merece la pena celebrar la Navidad.

A todos, mi deseo de una santa y feliz Navidad:

 

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba.

 

 

COMPARTIR EN REDES SOCIALES