
Nuestro recorrido alcanza hoy uno de sus puntos culminantes, no sólo por el inconmensurable valor artístico de este recinto, sino sobre todo por tratarse del Sagrario de la Catedral, lugar venerable por excelencia en este edificio sacro.
Hasta el siglo XVI, esta capilla ostentó el título de Santiago por fundación de don Juan Ponce de Cabrera y su mujer doña Inés Enríquez, aunque ya antes había sido sepultado en su solar el obispo don Fernando de Mesa (1257-1274). […] No obstante este primer destino, en 9 de febrero de 1480 el cabildo encargó a tres capitulares efectuar el traslado de la librería capitular desde la capilla de San Clemente a la de Santiago, pero el acuerdo no llegó a tener efecto. […] Por fin, el 7 de enero de 1517 se comprueba la puesta en ejecución del proyecto.
Esto nos permite recordar el papel que el Cabildo catedralicio ha desempeñado a lo largo de los siglos, no sólo como mecenas de las artes; también, como dinamizador de la cultura en Córdoba, lo que ha permitido que la biblioteca y el archivo Capitular constituyan hoy uno de los mayores tesoros no ya de la Catedral, sino de la Diócesis entera.
Sin embargo, un nuevo proyecto vino a torcer por tercera vez el destino de su recinto. Se trataba de pasar a él la cura de almas de la feligresía de la Catedral y el Sagrario de la Catedral que, desde el siglo XIII, había estado instalado en la capilla colateral de la de San Pedro (mihrab). Custodiados, pues, los libros en otro lugar, se procedió a la ejecución de este nuevo plan.
Al recinto precede, como vimos en el caso de la capilla de la Purísima, un gran lucernario, que señala con un intenso foco de luz natural el lugar santo. La reja presenta el escudo del obispo don Martín de Córdoba [1578-1581]. El barrotaje radial del montante –señala D. Manuel- está bellamente suplido por las banderas tomadas a Boabdil en 1483, que figuraban en el escudo de armas de la familia.
Como siempre que nos acercamos a un Sagrario, debemos, antes que nada, adorar al Santísimo Sacramento que se encuentra custodiado allí, con una genuflexión y unos momentos de oración. Después, con todo respeto, podremos admirar las bellezas que el Arte y la devoción han concentrado en aquél lugar. En esta capilla, que está destinada a la adoración, contemplaremos con discreción el tabernáculo, obra del entallador flamenco Guillermo de Orta. Nos encontramos ante una pieza ciertamente espléndida, verdadera joya del Renacimiento, en palabras de D. Manuel. El recinto del tabernáculo aparece como un habitáculo abierto en el muro, totalmente dorado en su interior –recuerden la simbología divina del oro, y la referencia al Sancta Sanctorum del Templo de Jerusalén-, donde un suntuoso templete se muestra ricamente tallado con escenas de la Pasión de Nuestro Señor, figuras alegóricas de la Eucaristía y decoración vegetal.
Fijémonos en lo que declara una cartela justo encima del tabernáculo: gustate et videte quam suavis est Dominus, es decir, gustad y ved qué suave es el Señor [Sal 34, 8]. Es una invitación a adorar a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre que, por amor a nosotros, ha querido quedarse en éste y en todos los Sagrarios del mundo.
El primer documento sobre la decoración del Sagrario por César Arbasia (Saluzzo, Piamonte, Italia, 1547-Saluzzo, 1607) es de 28 de septiembre de 1583, registrando la entrega de 100 ducados a cuenta de la pintura que iba a hacer por mandato del obispo don Antonio de Pazos, aconsejado quizá por Pablo de Céspedes, racionero de la Catedral, con quien había colaborado el pintor piamontés en Roma.
Ya nos hemos referido a la colaboración de Céspedes y Arbasia en la Ciudad Eterna al describir el retablo de la Cena.
En la nave central y sobre el tabernáculo se halla el gran fresco de la Santa Cena que centra visualmente la atención sobre la institución de la Eucaristía, más las figuras de dos profetas que flanquean la puerta de acceso al tabernáculo. El fresco de la Cena se enmarcó posteriormente con una gran cornucopia barroca del siglo XVIII. […] El resto del programa iconográfico es producto del reciente hallazgo de las reliquias de los mártires de Córdoba en la iglesia de San Pedro (1575), el descubrimiento y edición de las obras de san Eulogio por Ambrosio de Morales (1574) y la devoción del obispo Pazos, quien, unos meses después de su toma de posesión, en enero de 1583, propone y consigue la aprobación del Concilio Provincial de Toledo para el culto a los mártires cordobeses. Después de siete siglos de silencio volvían a recibir culto público los mártires del santoral mozárabe en medio de una enorme devoción y entusiasmo popular. Al fondo de la nave de la Epístola se encuentra el óleo en lienzo de la Oración del Huerto sobre grabado de Durero –preparación espiritual para la muerte en relación con el martirio de los santos cordobeses-, y en el de la nave del Evangelio otro óleo sobre lienzo con Jesús despidiéndose de su madre para ir a padecer […] en clara referencia también al hecho martirial. Cristo se presenta aquí como modelo de mártires. Igualmente, los intradoses de los arcos están pintados con una decoración de grutescos, ángeles y símbolos de la Pasión.
El rico y complejo programa iconográfico de la capilla tiene, pues, un marcado carácter de exaltación del martirio. Puede entenderse, como hemos visto, por la importancia de los hallazgos citados. Pero no se trata, en realidad, de una excepción ocasional. El Concilio de Trento, en su sesión XXV de 3 y 4 de diciembre de 1563, manda a los obispos que instruyan también a los fieles en que deben venerar los santos cuerpos de los santos mártires, y de otros que viven con Cristo, que fueron miembros vivos del mismo Cristo, y templos del Espíritu Santo, por quien han de resucitar a la vida eterna para ser glorificados, y por los cuales concede Dios muchos beneficios a los hombres. Por tanto, como en todo el orbe católico, también en Córdoba -Diócesis bendecida con un gran número de bienaventurados-, los Santos Mártires son modelo del cristiano que es capaz, con la gracia de Dios, de llegar a entregar la vida, perdonando a sus perseguidores, imitando con ello a Nuestro Señor Jesucristo.
Texto: Jesús Daniel Alonso
Citas: Manuel Nieto (La Catedral de Córdoba)