
Tras la hermosa arquería que delimita a Oriente el espacio que fue presbiterio de la antigua Capilla Mayor, después llamada de Villaviciosa, se encuentra la Capilla Real.
El 7 de septiembre de 1312 fallecía en Jaén Fernando IV de Castilla. La primera intención del infante don Pedro, tras proclamar rey a Alfonso XI, fue la de llevar su cadáver a Toledo o Sevilla, pero las grandes calores aconsejaron sepultarlo en una ciudad más próxima como era Córdoba. La viuda del difunto rey, la reina doña Constanza, permaneció por un tiempo en Córdoba y fundó, el 4 de octubre del mismo año, la que hoy conocemos como Capilla Real.
La dotó con 6 capellanías, declarando que entre todos los bienes que en la Santa Scriptura son escriptos que aprouechan a las animas de los defuntos fallamos que el santo sacramento de la Missa es mejor e non ay ninguno egual del. Hermosas palabras, llenas de fe y esperanza, en las que la reina se mostraba digna hija de su madre, la princesa aragonesa, esposa de Dionís I, que veneramos con el nombre de Santa Isabel de Portugal.
Alfonso XI había manifestado la voluntad de ser enterrado en la “capilla donde yacía el rey don Fernando su padre, en la yglesia mayor de Sancta Maria” de Córdoba. El monarca falleció en el cerco de Gibraltar en 27 de marzo de 1350, víctima de la peste negra. La Crónica de Alfonso XI deja a su vez constancia del traslado de sus restos a Córdoba –quedó primero depositado en la Capilla Real de Sevilla- en 1371.
Así pues, esta capilla se convirtió, durante siglos, en el lugar de descanso de dos reyes de Castilla. El decoro regio condujo a que el espacio se ennobleciera y ornamentara de manera acorde a tan ilustres personajes. La obra, al parecer, estuvo a cargo de Enrique II, pues así lo afirma la inscripción que figura en el zócalo de la Capilla: este es el muy alto rrey d. Enrrique. Por onrra del cuerpo del rrey su padre esta capiella mando facer acabose en la era de M e CCCCIX años; fecha a la que, según el antiguo cómputo del tiempo en España, la llamada Era Hispánica, hay que restar 38 años, por lo que corresponde a 1371.
El recinto superior tiene de planta 8’92 por 5’59 m., y su altura desde el pavimento de la Catedral es de 19 metros. Los dos grandes arcos en los testeros N. y S. convierten la planta rectangular en un espacio sensiblemente cuadrado a la altura de la cornisa de coronamiento. El ornato, menudísimo, casi plano, repítese indefinidamente cubriendo toda la superficie. Al ataurique –es decir, la decoración con motivos vegetales estilizados-, muy lejano de sus formas naturales originarias, únense motivos geométricos –así como blasones que contienen castillos y leones-. Mocárabes de yeso –que son una especie de pirámides truncadas invertidas que cuelgan de la bóveda- rellenan totalmente los plementos –o espacios que quedan entre los arcos- de la cúpula.
Además, destaca la decoración dorada y policromada de las hermosas yeserías, que aún se conserva en algunas partes, y que nos habla de la riqueza decorativa que llegó a alcanzar el conjunto.
Pero hay algo que llama la atención cuando se admira esta hermosa capilla: la altura de su pavimento, que impide acceder a ella. La razón es evidente cuando nos percatamos de la existencia de una cripta que, aunque situada a un nivel inferior al del suelo de la Catedral, se eleva sin embargo por encima de éste. En sus frentes Norte y Sur se abren tres arcos sobre pequeñas columnas con capiteles, que enmarcan la reja que delimita el recinto interior. Este espacio hoy es utilizado como dependencia de la Sacristía de la Catedral.
En 1540 el Cabildo había permitido al arcediano don Francisco de Simancas, con carácter de préstamo, que pudiera enterrar en la parte baja de la Capilla Real los restos de sus padres y familiares difuntos. En esta ocasión se la llama “la capilla que está debaxo de la de los Reyes”. No mucho después, Diego de Pineda, hijo de Pedro de Pineda, dotó y fundó en este mismo lugar una capellanía, titulada de los Dos Santos Juanes, dejando testimonio de ello en su testamento otorgado a 18 de noviembre de 1575 ante Miguel Gerónimo. También recibe el nombre de Capilla Real Baja.
Surge, no obstante, otra pregunta: ¿Cómo se accedía a la parte superior de la Capilla Real? Como es habitual, acudamos a D. Manuel: El acceso a la planta alta de esta capilla, desde siempre –dato importante para la historia de su construcción-, se hacía desde las dos puertas –hoy ventanas- de su costado occidental, a las que se tenía acceso desde el presbiterio de la capilla de Villaviciosa, hoy desaparecido. Es decir, que al destruirse en 1879 el antiguo presbiterio elevado de la Capilla de Villaviciosa –del que quedan algunas trazas en la misma-, desapareció también el acceso natural a la planta alta de la Capilla Real.
Aún así, a través de las antiguas puertas –hoy ventanas- del costado occidental o de los grandes arcos situados al Norte y al Sur, podemos admirar la belleza mudéjar del conjunto. Comprobaremos, así, que en la hornacina central de la capilla –decorada con estrellas doradas de 8 puntas sobre fondo azul, y rematada por dos leones- se encuentra hoy una imagen de San Fernando del siglo XVIII. El Santo conquistador de Córdoba -a quien debemos en primera instancia la conservación de la antigua Mezquita, al haberla entregado a la Iglesia para que fuera consagrada como templo cristiano en 1236, y luego elevada a Catedral en 1239-, aparece con sus insignias reales -corona, manto y orbe en la mano-, ataviado con armadura y blandiendo la espada desenvainada, que simboliza la defensa de la fe.
A pesar de su gloriosa historia, la Capilla Real está ahora vacía. En efecto, los restos mortales de los monarcas –conservados en dos cajas en la parte alta- estuvieron en esta capilla hasta la noche del 8 de agosto de 1736 en que se trasladaron procesionalmente a la Colegiata de San Hipólito por disposición de Felipe V, y los capellanes reales se llevaron consigo todo el patrimonio mueble de la capilla. Sin embargo, permanece en el edificio, a través del matizado esplendor de esta Capilla, el recuerdo vivo de la gran vinculacion que los reyes de Castilla mantuvieron con nuestra Catedral, a la que acudieron a rezar, a presidir Cortes o, como en el caso de Fernando IV y Alfonso XI, a descansar tras la muerte, en la espera de la Resurrección.
Texto: Jesús Daniel Alonso
Citas: Manuel Nieto (La Catedral de Córdoba)