Martín Pozo Díaz

Laico. (Villanueva de Córdoba, Córdoba,  31 mayo 1870-Cardeña, Córdoba, 9 septiembre 1936, 66 años)

Por Miguel Varona Villar, director del Secretariado diocesano para las Causas de los Santos

Nació en una familia humilde y cristiana, siendo el mayor de seis hermanos. Fue bautizado en la Parroquia de San Miguel Arcángel de Villanueva de Córdoba el 5 de junio de 1870. No consta si fue confirmado. Sus padres, Juan del Pozo Cachinero y María Paula Díaz Palomo, eran económica y socialmente humildes, “del campo” (partida bautismal) por lo cual no pudo ir a la escuela. Pero sabía leer y escribir bien, porque aprendió en las noches de invierno de la Sierra de Córdoba, movido por su afán de aprender y progresar.

Contrajo matrimonio canónico en su Parroquia bautismal con Francisca Pulido Caballero el 22 de septiembre de 1894. Crearon un matrimonio muy unido, con una gran capacidad de sacrificio y trabajo por parte de ambos, y de una sólida y profunda fe cristiana. Al principio viven en medio del campo, dedicados a la dura tarea del desmonte de las dehesas para alimentar el ganado. Como él era hombre de campo, se especializó en medir tierras y arrendar en aparcería fincas para sacar adelante a su familia, como padre de seis hijos (tres varones y tres hembras).

Gracias a este duro y constante trabajo, don Martín, su esposa e hijos se establecen finalmente en Cardeña. Sus hijos se irán incorporando a las tareas del campo para sostener a la familia (aunque tres de ellos morirán antes que él).

En 1920, junto a dos socios, monta una fábrica de harina en Cardeña. Más tarde don Martín se quedó en solitario al frente de ella. Fueron unos años muy duros para poder pagar la maquinaria adquirida. Los labradores de la zona, más necesitados, siempre lo encontraron caritativo y generoso, a la par que buen cumplidor de sus obligaciones laborales. Desarrolló una gran labor como medidor y partidor de fincas en la Sierra de Córdoba, poniendo paz en herencias por ser un hombre justo y bueno. Encontrándose partiendo y midiendo una finca al lado del Santuario de la Virgen de la Cabeza en Andújar (Jaén), el Rey Alfonso XIII le hizo sentar a su derecha por su fama de bondad.

Iba a Misa todos los días, siendo uno de los pocos que lo hacían, y educó a sus hijos en la piedad cristiana. Dos horas antes de amanecer se dedicaba a la lectura piadosa, con libros de la Virgen y los Santos. Tras leerlos, los explicaba a su mujer y a uno de sus nietos llamado Martín. Por la noche rezaba el Rosario con su familia, antes de acostarse, costumbre que practicó durante toda su vida.

Su trato hacia sus empleados siempre fue bueno y afable, casi familiar y más allá de lo laboral. Fue amigo de pobres y ricos, dando buenos consejos a todos. A los ricos del Casino les decía que debían remediar la cada vez más difícil situación de tantos obreros parados.

El 21 de agosto de 1936 dos milicianos se presentaron en su casa y le pidieron su escopeta. Él se resistió en un principio, pero luego cedió ante sus amenazas. Se marcharon, pero dos horas más tarde volvieron para exigirle que entregase siete escopetas y una pistola, que él no tenía. Con esta excusa se lo llevaron a la cárcel, que era la antigua Parroquia de Ntra. Sra. del Carmen. Con él metieron a otras cuatro personas más, que fueron fusiladas días más tarde. Pudo visitarle su familia durante su prisión, y siempre le vieron tranquilo y sin signos de maltrato.

La madrugada del 9 de septiembre, junto a otro compañero llamado don Mariano, fueron llevados por la Calle del Cerezo. Don Martín animaba a su compañero, diciéndole: “No seas cobarde, estamos andando el camino de Jesucristo”. Cuando llegaron al sitio donde los iban a fusilar, en las afueras del pueblo, más o menos a un kilómetro del mismo, don Martín gritó por tres veces: “¡Viva Cristo Rey!”.

Sus cadáveres fueron recogidos y trasladados al cercano pueblo de Azuel. En 1939 fueron exhumados y llevados al Cementerio de Cardeña, donde reposan en la actualidad.

Su familia, al enterarse de su muerte, rompió a llorar y un miliciano se presentó en la casa diciendo que “no quería oír esos llantos”.

Fue muy comentada en el pueblo su muerte, extendiéndose su fama de mártir, e incluso algunas personas se encomendaron a él, desde el primer momento, para pedirle favores a Dios. Lo mataron por ser cristiano destacado y por estar muy vinculado a la Iglesia.

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