María del Carmen Alejandra Cabrera Llergo

Laica (Pozoblanco, Córdoba, 21 septiembre 1886 - Pozoblanco, Córdoba, 20 septiembre 1936, 49 años)

Por Miguel Varona Villar, director del Secretariado diocesano para las Causas de los Santos

Hija de Antonio Simeón Cabrera García y Catalina Juana Llergo Rosales. Fue bautizada en la Parroquia de Santa Catalina en Pozoblanco el 27 de septiembre de 1886 (no consta confirmación). De familia muy religiosa, con buenas costumbres y modesta, era la mayor de tres hijos. Se crió y educó como cualquier otra joven, con afición por la lectura y la escritura.

Contrae matrimonio en la Parroquia de San Sebastián en Pozoblanco, el 18 de febrero de 1909, con Antonio Pascual Blanco Muñoz, arrendatario agricultor, ganadero y yuntero. Hombre bueno, noble y bondadoso, apoyaba y consentía sus numerosas actividades religiosas y caritativas. Tuvieron cinco hijos, pero dos de ellos murieron a corta edad.

De complexión fuerte, recia, alta y guapa, era decidida, valiente, dispuesta y capaz, con genio que rara vez aparecía. De gran capacidad intelectual, sabía leer y escribir. Pertenecía a la mayoría de las asociaciones religiosas de su Parroquia (Conferencias de San Vicente de Paúl, Marías de los Sagrarios-Calvarios, “Corazonas” o Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús, Cofradía de Santa Rita y otros movimientos) e iba con frecuencia a Misa, aunque a veces las tareas del hogar se lo impedían. Nunca faltaba a la Adoración del Santísimo de los Jueves Eucarísticos. Educó cristianamente a sus hijos, sus sobrinas y las personas con las que se relacionaba.

Tenía grandes inquietudes sociales, sobre todo el amor cristiano por los necesitados. Trabajaba mucho en la defensa de los pobres y la caridad, junto a la beata mártir Teresa Cejudo (eran “uña y carne”) y otras señoras de buena situación. Doña María del Carmen compartía de lo que su marido e hijos le traían del campo, y también de su propio dinero. Y cuando la ayuda no podía afrontarla, acudía a la beata mártir Teresa Cejudo y las demás señoras, o a quien hiciese falta.

Por su militancia en Acción Popular junto con la beata mártir Teresa Cejudo Redondo y otras señoras, a quienes les preocupaba los ideales de la Religión y no la política, la designaron para asistir a una mesa electoral. Denunció que algunos se acercaban a votar usurpando nombres de fallecidos. No se le perdonaron y la amenazaron: “A ti te tengo que cortar la cabeza”. Un vecino, cuando se escapaba alguna gallina  de ella, se la devolvía con el pescuezo cortado, diciendo que con ella tenía que hacer lo mismo.

El 22 de agosto de 1936 se entera que han detenido a la beata mártir Teresa Cejudo, y exclama: “Ya está cerca la hora”. Horas después, unos milicianos conocidos suyos, entre los que estaban los que la habían amenazado, irrumpen en su casa, golpeando la puerta con sus fusiles. Sin resistirse, les dijo con tono sereno y claro: “Ya me llegó la hora”. La condujeron a la Prisión, donde compartió celda y prisión casi un mes con la beata mártir Teresa Cejudo, hasta el momento de la muerte de ambas y su grupo, el 20 de septiembre de 1936 en el Cementerio de Pozoblanco. Son recordados en Pozoblanco como “Los Dieciocho”.

Sufrieron juicio público el 19 de septiembre, en el patio de la Prisión; todos fueron condenados a muerte en medio de gritos de los fanáticos, por una sarta de mentiras acusatorias y numerosas falsedades. A la beata mártir Teresa Cejudo y a ella las acusaban de haberlas visto con “monos militares” y armas en las manos, cosa que ambas negaron rotundamente.

La tarde anterior se despidió de sus familiares con perfecta serenidad y paz interior, inculcándoles actitudes de perdón a los que la mataban, y dispuesta a gritar hasta el último momento “¡Viva Cristo Rey!”.

Antonio, su hijo mayor, condenado a 30 años de presidio por el Tribunal Popular de Jaén y que compartía cárcel con ella, la vio sacar para la ejecución. Muchas personas le oyeron contar muy emocionado la serenidad y la despedida cariñosa, acompañadas de palabras de ánimo, perdón, esperanza y consuelo que le dirigió.

Antes de su ejecución se desmayó, y empezaron a dispararle en las piernas, para que reaccionara. Iba atada a la beata mártir Teresa Cejudo, que pidió ser la última para dar ánimo al grupo. Tras la ejecución, un miliciano se mofaba: “Ya había matado a esa…”.

Su condena y muerte no fue por ideales políticos, sino por defender los valores evangélicos y cristianos. Es recordada con cariño en Pozoblanco por su trato amable y delicado con los débiles, su generosidad y entrega para ayudar a los demás, su valentía en la defensa de la verdad y la justicia, y por ser una mujer fuerte que no se arredró ante las dificultades.

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