José López Cáceres

Sacerdote (Torrecampo, Córdoba, 22 abril 1904 - Espejo, Córdoba, 4 agosto 1936, 32 años)

Por Miguel Varona Villar, director del Secretariado diocesano para las Causas de los Santos

Fue bautizado en la Parroquia de San Sebastián de su pueblo a los dos días de nacer. Sus padres eran Francisco López Campos, un humilde propietario, y Manuela Cáceres Fernández, camarera perpetua de la Virgen de las Veredas, Patrona de su pueblo. Era una familia numerosa, con otros diez hermanos (él era el mayor), y una de las más piadosas y ejemplares de su localidad.

Con poco más de 11 años solicitó entrar en la Preceptoría local de Latín y Humanidades, “sintiéndose llamado por Dios al estado sacerdotal”. El informe de su párroco don Santiago Calero (también mártir), con el cual mantuvo una estrecha relación, declara que “cumple con los preceptos de Dios y de la Iglesia y observa buena conducta moral y religiosa, considerándolo por ello digno de ingresar en los estudios necesarios para el estado sacerdotal”.

En 1917 pide entrar en el Seminario de San Pelagio, “deseando continuar sus estudios y a la vez acrecentar más su vocación al estado eclesiástico”. Su párroco vuelve a avalar su solicitud, testimoniando la piedad y ejemplaridad del joven y su familia, y cree que es “un buen candidato para el sacerdocio”.

Por su aplicación y capacidad intelectual consiguió las más altas calificaciones en sus estudios eclesiásticos. Un compañero de curso lo recuerda como una persona trabajadora, de carácter recio y alentador con ejemplo y buena conducta ante sus condiscípulos. Recibió el presbiterado con 23 años, el 11 de junio de 1927. Una semana más tarde toma posesión de una coadjutoría de la Parroquia de Ntra. Sra. de la Purificación de Puente Genil, y es capellán de las Religiosas de la Compañía de María. Informa su párroco que, en su ministerio, “se atiene a todos los preceptos y cánones en el cumplimiento de sus deberes”.

Es destinado a la Parroquia de Hinojosa del Duque, pero queda vacante la de San Bartolomé de Espejo y el 1 de julio de 1932 pasa a ella, que será su último destino. Con tan sólo 28 años es nombrado cura ecónomo, prueba de la alta estima y aprecio de su Obispo, contando con la ayuda de un coadjutor. Además en dicho pueblo quedó probado su trato afable y humano, y su gran generosidad y cariño hacia los pobres.

Espejo vive una religiosidad tradicional, con las carencias propias de la época, sobre todo una catequesis raquítica y escasa asistencia a Misa. El asociacionismo católico es escaso, contrastando vivamente con los movimientos políticos que agitan profundamente a la localidad, de marcado signo antirreligioso. La revolución, proclamada en Espejo el 22 de julio de 1936, tiene un carácter comunista.

Cuenta don Rabel María Espinosa, párroco de Espejo tras la toma del pueblo por los nacionales, que don José, “el párroco, después de estallada la revolución, marchó al comité y solicitó permiso para ir a la parroquia, a la que efectivamente se encaminó entre dos fusileros a recoger el Santísimo. Desde este momento quedó en su casa, hasta que un día, el 31 de Julio, fueron por él diez fusileros que lo condujeron hasta el Comité, y, desde este, pasó en calidad de prisionero al castillo de esta villa hasta la noche del cuatro de agosto (…)

“En la noche del cuatro de agosto le sacaron con otros presos en un camión y le condujeron al cementerio en donde fue fusilado sin dejar antes de dar pruebas de serenidad y entereza, sacando, al bajar del camión el rosario, a la vez, que exhortaba a sus compañeros a prepararse para la muerte, oyéndosele decir con frecuencia: ‘Dios mío perdónalos y perdónanos’, sus restos, inhumados primero en el cementerio de Espejo, fueron trasladados en 1973 a la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos” (M. Nieto Cumplido y L. E. Sánchez, o. c., pág. 522).

Este sacerdote hace constar que don José pudo enviar dos notas escritas a lápiz a su familia desde la prisión. Muy breves ambas, les hace ver que se encontraba sereno y tranquilo, se preocupaba por ellos y les pedía cosas sencillas de aseo y vestir, incluso para fumar, pero no olvida algo fundamental en la oración de un sacerdote: “Necesito el Breviario que está en la alacena mía”.

Lo mataron por ser sacerdote católico, por ningún otro motivo más. Incluso los milicianos que lo asesinaron fueron diciendo por el pueblo que no mataban a don José, sino al sacerdote.

Sus restos fueron primeramente sepultados en el Cementerio de Espejo el 6 de noviembre de 1936, y el 28 de mayo de 1973 se trasladaron a la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, en el columbario nº. 10.985, piso 1º, Cripta de la Virgen del Carmen, nº 33.483 del libro de inhumaciones.

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