Andrés Helguera Muñoz

Sacerdote (Belalcázar, Córdoba, 27 octubre 1879 - Castuera, Badajoz, 22 agosto 1936, 56 años)

Por Miguel Varona Villar, director del Secretariado diocesano para las Causas de los Santos

Sus padres, José Marcelino de la Helguera Valero y María Josefa Muñoz Barea, lo bautizaron a los tres días de nacer en la Parroquia de Santiago Apóstol de Belalcázar. Era hijo único, y creció y se educó un ambiente cristiano. Fue confirmado por Mons. Fray Ceferino Fernández el 20 de mayo de 1881, en su parroquia bautismal.

Ingresó en el Seminario de San Pelagio a la edad de 13 años (curso 1892-1893). Cursó brillantemente sus estudios, obteniendo los grados de Bachiller en Ciencias y Artes y en Teología con una nota de ‘meritissimus’, y recibió el presbiterado el 19 de marzo de 1904.

Su primer destino fue la coadjutoría de la Parroquia de Ntra. Sra. de la Asunción de Cañete de las Torres, a principios de 1905, pero al final de ese mismo año recibió el nombramiento de una coadjutoría en la Parroquia de Belalcázar, su pueblo natal, donde estuvo 18 años, viviendo junto a su familia.

En 1923 es destinado como cura regente a la Parroquia de Santa María Magdalena de Castuera (Provincia de Badajoz, Diócesis de Córdoba). En esta parroquia el asociacionismo activo alrededor de 1920 era bastante numeroso: Cofradía de Ntra. Sra. de la Aurora, Hijas de María, Asociación de San José, Asociación del Rosario Perpetuo, Conferencias de San Vicente de Paúl… Entre todas sumaban un total de 1.544 personas afiliadas. La vida sacramental permanece anclada en la tradición, removida un tanto por estas asociaciones católicas. Pero la participación en los Sacramentos de la Penitencia y la Eucaristía presentaba un nivel bajísimo. En la catequesis infantil, por ejemplo, se hallaban inscritos unos 32 niños y 78 niñas, de los que asistían a diario 18 niños, cuando el censo de niños del pueblo era de unos 400. La descristianización del pueblo, pues, avanzaba a marchas forzadas.

Sin embargo don Andrés promovió diligentemente la creación y la ampliación de todas las asociaciones eucarísticas y caritativas. En 1924 solicitó la pertinente autorización episcopal para fundar dos asociaciones: las Marías de los Sagrarios Calvarios y los Jueves Eucarísticos, y amplió la sección masculina de las Conferencias de San Vicente de Paúl. En 1931 crea la Adoración Nocturna y pide la aprobación de la Asociación de Santa Teresa del Niño Jesús.

En estos años presta atención también a la conservación del patrimonio artístico: restauración del Santuario de los Mártires o del Buen Suceso, limpieza y repaso de los tejados de la parroquia… Cedió al Ayuntamiento parte del antiguo Cementerio para la edificación de unas escuelas “donde reciban educación cristiana los niños y las niñas en esta población que carecen de mucho tiempo ha de locales para dicho fin”.

Sobre su vida espiritual, está inscrito en la Liga Sacerdotal Eucarística y es socio de la Unión Misional del Clero; asiste al Congreso Eucarístico Nacional de Granada (1926) y al Congreso Mariano Hispano-Americano de Sevilla (1929); y practica con regularidad anual los Ejercicios Espirituales.

Después del 18 de julio de 1936, los cinco sacerdotes de Castuera (tres de ellos mártires) estuvieron celebrando Misa hasta tres o cuatro días antes de la fiesta de Santiago Apóstol, pues el 24 de julio los comunistas pudieron adueñarse de la localidad tras expulsar a los falangistas. La aparente paz se tornó en fuertes brotes de violencia hacia todo lo que tuviese que ver con la fe o con la Religión Católica, tanto en las personas como en los objetos y los lugares de culto. Hasta la iglesia parroquial fue convertida en garaje provincial, todos sus enseres e imágenes destrozados, aunque se salvó el archivo.

El 2 de agosto se habían llevado preso a la cárcel a don Andrés. Se sabe por su sobrino que el día 22, al llevarle el desayuno, le dijeron que ya no estaba, que lo habían matado. Contamos con el testimonio del sacerdote don Francisco Vigara Fernández: “Después que terminó la guerra fui con mi madre a Castuera a arreglar asuntos. Nosotros vivíamos desde 1937 en Belalcázar. Fuimos al único sacerdote que se salvó: don Manuel Morillo. Nos estuvo contando como mataron a mi tío y a los que sacaron con él. Nos dijo que en una caseta del ferrocarril Madrid-Badajoz, en el apeadero del Quintillo, los bajaron y que los ametrallaron rompiéndoles las piernas y, vivos, los rociaron con gasolina y les prendieron fuego, y que tuvieron que utilizar leña de los caseteros para terminar de incinerarlos”.

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